Una cicatriz que salvó una vida
Hay historias que comienzan con una cicatriz, pero terminan con una segunda oportunidad.
Mariana, de 36 años, acudió al médico por un dolor abdominal persistente que atribuía al estrés. El ultrasonido mostró un quiste aparentemente benigno en el ovario. “No te preocupes”, le dijeron, “solo hay que observarlo”. Sin embargo, seis meses después, el dolor regresó, y con él, una intuición: algo no estaba bien.
Pidió una segunda opinión. Esa decisión cambió su vida.
El poder de insistir
La nueva evaluación reveló una masa con características sospechosas. Se realizó una laparoscopía diagnóstica y una biopsia: carcinoma seroso en etapa temprana. Mariana pasó de ser una paciente asintomática a una sobreviviente en formación.
El tratamiento incluyó cirugía y quimioterapia, pero lo más importante fue su determinación para entender su cuerpo y no conformarse con la primera respuesta.
Una lección para todos
Los síntomas ginecológicos, como la distensión abdominal o el dolor pélvico, suelen pasar desapercibidos o confundirse con trastornos digestivos. En oncología, escuchar las señales del cuerpo puede marcar la diferencia entre una detección temprana y una batalla más difícil.
El cáncer de ovario, en particular, carece de pruebas de tamizaje efectivas, por lo que la observación clínica y la autoconciencia son esenciales.
Reflexión médica
Mariana hoy lleva una cicatriz discreta en el abdomen. No la oculta: la muestra como recordatorio de que la prevención no siempre se trata de estudios complejos, sino de atención, intuición y valentía.
Cada consulta oportuna, cada pregunta insistente y cada chequeo preventivo son una forma de salvar una vida —la propia o la de alguien más—.
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